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RAYO VALLECANO. Opinión

Los invencibles

Escrito por Miércoles, 11 Mayo 2016

    Opinión. "Fui la avanzadilla que quiso ver la llegada de sus héroes al lugar en el que tendría lugar esa penúltima batalla que terminaría por hacernos ganar una guerra repleta de bajas".

    Opinión. Les vi paseándose por las calles de San Sebastián y pensé que eran invencibles, me creí invencible. En los días y horas previas me había autoconvencido de que nada ni nadie nos pararía, que lo del Madrid y el Atleti tendría su continuidad, que el fútbol sería justo y premiaría al valiente, al osado, al que no se esconde ante nada ni nadie. Camino de Donosti iba calibrando los momentos en los que mi alegría sería desbordada, mi pasión saciada, mis nervios calmados. Llegar a Euskadi, con la franja empujando, fue sentir la paz y la tranquilidad que emana de tierras verdes, con pueblos marcados por el entorno y su historia, de gentes nobles que te acogen como si fueras un hijo llegado del exilio. Me sentí invencible.

    Fui la avanzadilla que quiso ver la llegada de sus héroes a la plaza en la que tendría lugar esa penúltima batalla que terminaría por hacernos ganar una guerra repleta de bajas. Escuché al enemigo vitorear a mis héroes y me crecí más todavía. Nada podría con nosotros. El entorno era el idóneo, grande, abierto y amable. La acogida del personal de la Real Sociedad fue espectacular (mejor que el que me cuentan tuvieron muchos rayistas a su llegada, es justo decirlo también). Había hablado con aficionados de la Real y todos apuntaban en la misma dirección: "Espero que os salvéis", "siempre que he ido a Vallecas hemos sido muy bien recibidos", "no quiero que descienda el Rayo". Seguía en mi burbuja, que me hacía inmune al peligro y que me hacía, sin saberlo, mucho más vulnerable.

    Vi gestos de emoción contenida en las caras de mi gente, que se habían metido un palizón entre pecho y espalda para llegar unas cuantas horas antes a aquel lugar y regresar algo más tarde con un botín que todos deseábamos. Me sentí algo inquieto al ver a mis héroes preocupados en los momentos previos a una batalla que pensé estaba ganada de antemano y me intranquilizó lo que, en principio, creí que era un mero "postureo" de la Real Sociedad. "No querían meterlo", pensé, "ha sido solo para demostrar a los suyos que están aquí y siguen vivos, pero nuestra necesidad terminará por llevarse por delante..." lo que yo creía que era algo pasajero. El mexicano me hizo pensar que era más invencible todavía y cuando muchos estaban dando buena cuenta de su bocata, mientras buceaban en internet para saber qué pasaba en Sevilla con el Granada o en Getafe con el Sporting y su anfitrión, yo seguía creyendo y, llamadme iluso, me encargué de hacérselo ver a los que estaban a mi alrededor. Hablé con alguien que sabe mucho de esto del fútbol y más aún de esto del Rayo. Le vi preocupado y le dije convencido: "Lo vamos a remontar". Lo traía aprendido de casa, era un guión que no podía cambiar. Seguía creyendo que éramos invencibles.

    Pasaba el tiempo y mi convicción fue tornándose en desesperación. Llegó el gol de Javi Guerra y luego la expulsión de Granero y todo volvió a cobrar sentido. Ya estábamos más cerca. Me desesperé con cada centro pasado de Embarba, con cada pase mal ejecutado, con cada remate despejado por la defensa y con Manucho y con Miku y con este y con aquel. Me alegré con las carreras de los recogepelotas y disfruté con el apoyo de los que nunca te dejan solo. Y seguí creyendo.

    Horas después todavía no entendía qué había sucedido. Veía las caras desencajadas de Trashorras y Embarba, los ojos vidriosos de Montiel, la desesperación y el llanto de varios amigos de grada y desperté de mi sueño para entender que solo había una razón por la que éramos invencibles: la fuerza de la gente de mi barrio obró el milagro. La vuelta a casa, roto, decepcionado, triste, dolido y abatido, fue dura. Hoy me cuentan que habrá lleno hasta la bandera el domingo y ya empiezo a venirme arriba, porque al final va a ser cierto que somos invencibles.

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