Opinión. Apenas duró media hora, pero pareció toda una vida pese a esfumarse en apenas un suspiro, un segundo, una fatalidad, un maldito remate de cabeza... Hasta ese momento, Vallecas había vivido la "Tormenta perfecta". Climatológicamente no tengo los conocimientos mínimos para calificar lo que cayó sobre el Estadio de Vallecas durante el partido ante el Madrid y, aunque futbolísticamente tampoco, al menos me queda la experiencia de las emociones vividas durante tantos años acompañando al Rayo. Lo de hoy fue sublime, espectacular, apoteósico. Vallecas en esencia pura, más Vallecas que nunca, peleona, luchadora, dejándose la voz, el alma y el corazón en cada empujón. El equipo lo bordó en media hora en la que ninguneó a todo un Real Madrid. Su presión, su compromiso, su generosidad en el esfuerzo, la colaboración de todos tapando huecos, llegando donde no podía hacerlo el compañero, en definitiva, arrimando el hombro y currando. Esto es Vallecas.

Además, llegó la 'anécdota' de los goles y donde otras veces nos lamentamos por los errores o por la mala fortuna, hoy, ante el Madrid, fueron para adentro. Embarba y Miku prolongaban nuestro sueño, nuestra ilusión. Dos goles en catorce minutos. Ver para creer. El éxtasis era absoluto. Y seguía lloviendo y por momentos diluviaba, pero a nadie parecía importarle. Esto es Vallecas. Jozabed y Trashorras mandaban en el centro, Bebé y Embarba dominaban sus bandas y Tito y Quini no sufrían por las suyas. Amaya llegaba al corte siempre con criterio y Crespo hacía lo que tiene que hacer un central del Rayo. El equipo funcionaba, el equipo seguía corriendo. El Rayo planteó una 'tormenta perfecta' que sorprendió a Zizou y a su tropa, lentos de reflejos y sin las ideas claras para detener el aluvión que se les venía encima.

De repente pareció acabarse el chaparrón. El Rayo ya no llegaba a los balones divididos con tanta superioridad ni con tanta energía y el Madrid se quitaba de encima las últimas y molestas gotas de agua que tanto perjuicio le habían causado. Dejó de llover, se acabó el fuelle y, aunque en la segunda mitad amagó con volver, ya no sería lo mismo. La 'tormenta perfecta' había durado treinta minutos, un momento mágico, bestial para los que nunca lo han vivido y emocionante para los que, como yo, disfrutamos compartiendo, participando o simplemente contemplando cómo, incluso con el sol más radiante, en Vallecas siempre puede llegar una 'tormenta perfecta'.